La muerte, destino certero, constituye parte inseparable de la vida, ciega ante posición social, edad, sexo o raza la señora lánguida de la guadaña afilada aguarda oculta hasta que llega nuestro momento de partir .

Y entonces, cuando solo queda nuestro cuerpo inerte, como caparazón vacío, dormido en el letargo

eterno, es misión de nuestros seres más allegados darnos justa sepultura.

 Algunos determinan en vida el que será su destino en la muerte, dando indicaciones para que sus cenizas se unan al inmenso mar o al caudal de un río, mientras que otros eligen reposar en cementerios dando a sus familiares un lugar donde visitarlos en su silencioso reposo.

Los cementerios han crecido a lo largo de la historia convirtiéndose en territorio ocupado por la muerte dentro de las ciudades de los vivos, como obras de arte de mármol frío e indiferente al tiempo, nuestra propia necrópolis de Colón en la capital cubana, es ejemplo vivo del arte nacido en estos sacros espacios.

 Verdadero monumento arquitectónico de la antigüedad, cuenta con el honor de ser el único cementerio americano dedicado al gran navegante y descubridor Cristóbal Colon.

 Plagado de símbolos irrepetibles que atraen numerosos visitantes de todos los rincones del planeta, embelesados por el contraste entre el blanco gélido los colosales monumentos y la vegetación  esmeralda, antorchas invertidas que salen a nuestro paso como recordatorio del término de la existencia humana, acompañadas por ramas de laurel y relojes de arena alados que marcan con cada grano el tiempo transcurrido en nuestra finita existencia terrenal.


Las formidables construcciones galantean nuestra mirada con su magnificencia, como el sorprendente conjunto escultórico dedicado a un grupo de bomberos trágicamente fallecidos en un acto de servicio, gigantesca obra funeraria, que en sus 10 metros de altura rinde tributo merecido a los héroes silentes que dieron su vida para salvar a otros, como elemento significativo el escultor  pretendía representar a los bomberos fallecidos con sus verdaderos rostros pero al no poder encontrarse ni un solo vestigio de ellos el autor, para no condenar su recuerdo al anonimato les prestó su propia apariencia.


 La tumba mas famosa de toda la necrópolis es la de Amelia Goyri "La milagrosa", quien según reza la

leyenda falleció junto a su hijo en el parto y fue enterrada con el bebe a sus pies, 13 años más tarde al destapar su sepulcro se encontró estrechándolo en brazos, envuelta en misterio y fascinación su tumba devino altar para las madres que desesperadas acuden a "la milagrosa" para defensa de sus hijos e incluso rogándole para poder concebirlos, dejando tras de sí ofrendas de agradecimiento en torno a su sepultura.

 Son tantas las maravillas que se ocultan dentro de la ciudad del silencio que hasta podemos hallar una tumba egipcia en pleno corazón habanero, perteneciente al arquitecto José Matta quien nunca se sintió faraón ni mucho menos pero profesaba tal predilección por la civilización egipcia que sus amigos y familiares decidieron rendirle homenaje construyéndole su propia pirámide para la eternidad. 

Las 57 hectáreas que conforman la necrópolis más importante de la Habana están llenas de arte e historia, fusionadas con el aire espectral de la muerte y el silencio, los recuerdos se perpetúan en la eternidad de sus dimensiones y envuelven a todo aquel que se aventura a descubrir esta parte de la historia habanera, contada a través de sus muertos.



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