El fin de la pandemia es una noticia esperada por todos. La restauración de la vida "como la conocíamos" parecía un sueño lejano de alcanzar, y las mascarillas una prenda que nos acompañaría hasta el final de la historia. Pero ha llegado el control de la enfermedad y con ello varios aspectos de nuestra sociedad vuelven a restaurarse y la mascarilla queda reservada solo para circunstancias señaladas. Pero lo que parecía sería un motivo de alegría se ha convertido para muchos una razón de ansiedad y estrés. 

 


La eliminación del uso obligatorio de la  mascarilla en lugares públicos ha destapado una nueva patología que se ha incubado en el cerebro de los seres humanos: "El síndrome de la cara vacía". Son muchos los que se sienten como si estuviesen desnudos al no llevarla y esta nueva "libertad" readquirida les trae inseguridad. 

De acuerdo a los psicólogos este malestar trae consigo un conjunto de síntomas mentales y emocionales que asocian la ausencia de la mascarilla con la vulnerabilidad ante la enfermedad y el contagio, lo que a su vez, se agrava al ver a más personas sin usarla. 

Llevar la cara cubierta durante tanto tiempo ha afectado la forma en que nos relacionamos socialmente, por lo que lanzarnos de nuevo a la interacción con las personas, sin la mascarilla causa un alto grado de estrés para muchos. 

Cada persona puede reaccionar diferente, experimentar en mayor o menor cuantía este síndrome, o tal vez, ni siquiera sentir angustia por volver a nuestras anteriores costumbres. Pero para algunos puede llegar  a ser estresante a un nivel insospechado. 

Las personas más cautelosas, aquellos  que temen aún por el contagio pueden experimentar un enorme malestar emocional al sentirse expuestos. Los psicólogos advierten que el estrés de ser arrastrados hacia conductas que para ellos no cumplen las normas que deberían aún ser respetadas, puede desencadenar incluso en agresiones  debido a la irritación de sentirse irrespetados. 

Llevar la cara tapada durante tanto tiempo nos ha echo acostumbrarnos a ocultar una parte importante de los signos que nos ayudan  a distinguir las emociones de los que nos rodean. A esto se le añadió la prohibición de la proximidad física, que nos impidió durante mucho empatizar con nuestros semejantes. La mezcla de ambas situaciones, junto al aislamiento social, que también dejó graves secuelas en nuestra psiquis puede desembocar en una pandemia de salud mental de la que ahora comenzamos a ver algunos rasgos.