En las edades oscuras, donde la justicia era un poco más férrea y las atrocidades se exponían a la luz del sol en lugar de hallarse escondidas, arrastrándose en la oscuridad, la inhumanidad y el terror eran parte habitual de la vida diaria, se castigaban crímenes, arrancando sanguinariamente la  vida de los reos a la vista pública, usando métodos terroríficos como el garrote vil y el ahorcamiento.

 Numerosas personas se daban cita para ver las horrorosas ejecuciones, devenidas en espectáculos públicos y el verdugo cobraba  mórbida relevancia como el personaje principal de una obra de teatro macabra, uno de los más famosos y temidos verdugos, que marcó nuestra historia fue José María Peraza.

 Peraza nació un frío diciembre de 1744, en un pequeño poblado, cercano a la hermosa Villa de Trinidad, en su edad adulta se vio enfrentando la horca por asesinar fríamente a su esposa a cuchilladas, pero las autoridades no podían hacer cumplir su sentencia ni la de otro reo condenado a la misma suerte por no disponer de un ¨ministro ejecutor¨ en la villa , por lo que fueron referidos a morir a manos del ejecutor de la cercana Villa de Santa Clara quien, para suerte de Peraza, falleció durante el viaje hacia Trinidad.


A cambio de salvar su vida el ingenioso condenado, propuso desempeñar el puesto de verdugo, las autoridades aceptaron su ofrecimiento y con la muerte de su compañero de celda inició un siniestro rosario de ejecuciones que engalanaron su sombrío curriculum y le valieron el nombramiento de ¨Ministro ejecutor¨ que lo consagró oficialmente en su condición de látigo de la Ley 

Su destreza inusual y escalofriante con la soga le ganó una triste y maquiavélica fama que se extendió por toda la isla, se cuenta que no era raro que al lanzar del tablado al reo se trepara a la horca y bajara por la soga hasta quedar a horcajadas sobre los hombros del condenado, y comenzara entonces a propinarle nefastas patadas en el pecho para acelerar la muerte.

Luego del deceso el pago de 125 pesetas era arrojado al verdugo, las monedas repiqueteaban en el tablado y él, lúgubre, las recogía, agradeciendo al público con reverencias de artista, sin embargo cabe notar que curiosamente nunca utilizó dicha remuneración para satisfacer sus necesidades, sino que la repartía entre los pobres del pueblo y ordenaba misas por las almas de los ajusticiados a los que dio muerte.

 Fue la primera persona en Trinidad en emplear el Garrote vil y para sorpresa popular poco tiempo

después anunció su retiro de la funesta profesión, y comenzó a desempeñarse como ¨Mataperros Municipal¨, repartiendo muerte también entre los animales, a quienes trataba de ahorrarles el mayor sufrimiento posible.

 Su nuevo oficio le valió el apodo con el que ha trascendido hasta nuestro días y que sirvió a muchas madres como  arma para tranquilizar a sus hijos inquietos, atemorizándolos con la figura del mataperros.

Peraza envejeció en un humilde bohío en las afueras de la ciudad, sembraba sus alimentos y sobrevivía de la bondad de algunos vecinos que le dejaban comida y limosnas, las mujeres de Trinidad se acercaban con recelo a la humilde choza, dejaban su caridad y volvían su espalda esquivando con recelo la mirada del antiguo verdugo. 

Mataperros murió a los 103 años de edad en 1847, en completa soledad con sus recuerdos y arrepentimientos, a pesar de que su vida estuvo siempre opacada por el fantasma de la muerte, la reivindicación fue posible para un hombre que dio siempre lo poco que tenía a quien lo necesitara, tal vez buscando perdón y consuelo por sus propios crímenes.