Erguida elegante, en el centro histórico de la ciudad de Santiago de Cuba, con sus raíces profundamente
enterradas en nuestro suelo casi por tantos años como tiene el descubrimiento, está la hermosa casa de Diego Velázquez de Cuellar, el bizarro conquistador, quien llegó a América en 1493, en el segundo viaje de Cristóbal Colón.
 La anciana edificación data del siglo XVI y es considerada la casa más longeva que se conserva en Cuba y  Latinoamérica, la influencia mudéjar abraza el lugar con sus herméticas construcciones de sillería, donde los ventanales con entramados de celosías se abren al aliento marino. 
 Debido a su significación patrimonial se bautizó Museo Histórico de Ambiente Cubano y se dotó con diverso mobiliario de la época colonial y con añadidura, de una vivienda aledaña del siglo XIX ,que le es paralela en sus notables valores

Pero las grandes cualidades fisionómicas de la despampanante morada no son el único atractivo, que encanta las miradas atónitas de turistas locales y extranjeros. Calificada como posiblemente la casa más embrujada de Cuba, con numerosos testimonios de diferentes fuentes su historia de belleza arquitectónica va románticamente de la mano al misterio y el horror de la vida luego de la muerte.

 Las ancestrales paredes de la casa de Diego Velázquez resguardan centenas de historias impregnadas en su piel de amaderada, algunas felices y otras horrorosas, que han dejado cicatrices de dolor en sus cimientos, como aquella que narra que cuando un esclavo desobedecía o, a juicio de su amo realizaba su labor incorrectamente, eran lanzados a las llamas del viejo horno de fundición de oro, donde el fuego los devoraba entre gritos agónicos, mientras su piel burbujeante se derretía como hizo una vez el precioso metal dorado.

  Ventanas que se abren y se cierran estrepitosamente a su antojo, crujidos de madera y hasta sonidos huecos de algo pesado que cae en el falso techo de una de las salas museables con escalofriante puntualidad diaria, a las 11 y 30 am, ambientan rutinariamente el sitio, mucho se ha indagado sobre el origen del repetido sonido , pensando en explicaciones como la presencia de animales, nidos de aves o murciélagos, alguna rotura en el techo o al menos hallar la huella de algún impacto pero nunca se ha encontrado más explicación que los ruidos típicos que se le achacan a las viejas casa de madera en un intento por mantener la racionalidad.  


Pero varias historias de numerosos trabajadores, vecinos y turistas se ríen con épicas carcajadas en la cara del espíritu racional, mientras hielan la sangre de muchos que han sido víctimas de la presencia de dichas entidades.
 Quizás la más famosa de ellas, es un negrito de baja estatura que aterroriza a las personas que deambulan por la casona, pues tiene el macabro hábito de empujarlas mientras descienden por las escaleras, haciéndolas precipitarse por ellas.

 Al sangrientamente travieso negrito se le une la leyenda de una joven chica que se ha visto deambular sollozando por los pasillos y galerías, con el rostro cubierto por un tupido velo blanco que no alcanza a ocultar su gran aflicción.

 Y para completar la fantasmagórica triada se les une una escurridiza figura varonil que se anuncia inundando el patio y varias áreas de la instalación con un hedor en extremo intenso, denotando su hábito de fumar, su lánguida figura se ha avistado sentado solemne en una de las sillas o de pie en las escaleras de la edificación que dan acceso a las oficinas.

 Aunque son estos los moradores espectrales de la casona que más decididos están a la interacción con
el público no son los únicos sobre los que se tejen historias, se recogen testimonios de una mujer de cabello corto que se detiene en el patio a oler las flores o un sospechoso muchacho que surca corriendo los pasillos de la instalación.

Definitivamente el Museo de Ambiente Cubano cuenta entre sus atractivos más seductores, la maravillosas exposiciones coloniales y su delicada arquitectura hechizante, pero todo ello bajo el manto sombrío e innegablemente atrayente de la posibilidad de echar un vistazo a un remanente de evidencia de vida después de la muerte.