En días distantes el dolor ante la pérdida de un ser allegado calaba tan profundamente como lo hace hoy en día, sin embargo de aquellos sentimientos de desconcierto y dolor profundo nacieron curiosas tradiciones, como la de intentar encerrar el dolor y la tristeza en pequeños frascos de lágrimas como exponente del amor profesado al difunto.

 En la antigua Roma las botellas de lágrimas eran llenadas por los dolientes y colocadas en las tumbas de los fallecidos como símbolo de amor y respeto. Incluso en Egipto proliferó esta tradición, hasta tal punto que era común pagarle a mujeres denominadas "plañideras" para que derramaran sus lágrimas en copas mientras acompañaban la procesión.

Aquellas que llenaran más sus copas, recibían mejor compensación, pues cuanta más angustia y lágrimas producía la partida del difunto, más importante y valorado era considerado.

 En el período Victoriano del siglo XIX las botellas de lágrimas reaparecieron, esta vez ornamentadas con plata y petre, ostentando además gráciles tapones especiales que permitían la evaporación de las lágrimas, de esta forma las botellas marcaban también el final del duelo, pues una vez que las lágrimas se evaporaban este se daba por concluido.


 La tradición de las botellas de lágrimas ha perdurado durante 3000 años y goza de gran popularidad en el Medio Oriente, donde aún se fabrican las pequeñas botellas de cristal destinadas a esta ancestral costumbre.