Cuentan por las calles de mi Habana que hace años atrás un hombre de lánguido y apesadumbrado semblante, vagaba habitualmente por la Calzada de Monte, deteniéndose puntualmente frente a uno de sus edificios y alzando su mirada a los cielos, como quien clama por perdón, su nombre era René Hidalgo y fue el primer cubano en ser sometido al detector de mentiras. 

 René encarnaba tormentosos amores con Celia Margarita Mena, sumidos en el letargo de la monotonía que engullía poco a poco cada ápice restante, de lo que en sus inicios fue un romance ardiente y cálido. 

 Margarita, aventurera venida de la zona oriental a probar su suerte en la capital, voluptuosa con sonrisa embriagadora y andares provocadores que atraían las miradas lujuriosas de los hombres, conoció a René, un galán alto y elegante, aspirante frustrado a médico que tuvo que abandonar su vocación y adentrarse en las funciones de policía.

  Juntos cedieron a la ilusión inspirada por el nuevo sentimiento, compartieron morada en varios lugares mientras el tiempo transformaba la ilusión romántica en un recuerdo lejano y abría paso a la endemoniada rutina y a las ya instaladas discusiones entre ellos.

 Una fatídica tarde René llegó a su nuevo hogar en el edificio Larrea, para hallar que la ausencia de su amada era la única en salir a su encuentro para darle la bienvenida, colérico comenzó a llamar Margarita, ésta emergió súbitamente,  abandonando la morada de una vecina. De inmediato los gritos se alzaron, izando banderas de guerra entre ellos, la discusión escaló incontrolablemente hasta que René, ciego de ira propinó un contundente golpe a Margarita y dejándola tendida en el suelo, salió presuroso de la vivienda, abandonándola a su suerte, ignorando que la mujer se había fracturado la base del cráneo al caer.

 Regresó al cabo de las horas y un escalofrío recorrió su espina cuando vio a la muchacha yaciendo aún en el mismo sitio, intentó incorporarla, hacerla recobrar el sentido, todo en vano. La más macabra de las conclusiones invadió su cabeza, la había matado...


 El miedo se apoderó de su ser y en una espiral psicótica macabra decidió que haría desaparecer el cuerpo. Tomó a la chica inerte, desnudándola la colocó en la bañadera y sacando su navaja de afeitar le propinó un corte profundo encima de la rodilla, el dolor agudo despertó a Margarita y René enloquecido reaccionó propinándole un tajo mortal en el cuello.

El 19 de marzo de 1939 un horroroso titular inundaba las noticias: "Aparece pierna de Mujer cuidadosamente envuelta en un saco de yute en la alcantarilla de la avenida séptima de Marianao".

Los hallazgos terroríficos se fueron sucediendo, partes de un cuerpo femenino meticulosamente envueltas en sacos de yute en Guanabacoa, el Diezmero y finalmente la cabeza surgió en una letrina de una casa en la calle Dificultades, la cual Rene aún frecuentaba, los moradores de la vivienda creyeron reconocer en aquel cráneo desfigurado a la muchacha, sospechas que fueron confirmadas por un destacado odontólogo al realizar comparaciones pertinentes con una ficha dental de Margarita, estableciendo definitivamente la identidad de la víctima y dirigiendo todas las miradas acusadoras sobre René.

 La confesión no se hizo esperar junto a la afirmación de que no había pretendido matarla, justificó la ausencia de su pareja diciendo a los vecinos que estaba visitando a su familia, mientras él seguía residiendo en el lugar del horrendo crimen.

Los tribunales lo condenaron a 28 años de presidio, el cual no impidió que contrajera nupcias y mientras cumplía su condena fueron naciendo sus hijos, a mediados de los 50 recibió un indulto que le libró de cumplir su condena completamente y fue puesto en libertad. 

A comienzos de los 70 aún se le veía pasar cabizbajo por la calzada de Monte, deteniéndose frente al edificio Larrea, mirando la empinada escalera que dirigía al hogar que un día compartió con Margarita y donde le arrancó la vida.