Surgidos en un estado de semiconciencia crepuscular, donde el cuerpo yace en descanso pero la mente continua sumida en un remanente psíquico que refleja, como un espejo distorsionado, nuestros miedos, complejos, añoranzas o alegrías. Los sueños se sitúan en perfecto equilibrio en la línea que divide la mente durmiente y las sobras de la conciencia, justo en la medida necesaria, que nos permite incluso hacer pequeños razonamientos y reflexiones durante el estado de somnolencia. Situaciones y conversaciones nos llegan a jirones, retazos de un plano en el que estamos, a medias, proyectando nuestra realidad y que luego al despertar va desapareciendo poco a poco, como una fina niebla que se esfuma en la distancia.

 Los griegos, en su mitología, describían a los sueños como entes que para ellos constituian las mil personificaciones de este estado y a los que llamaban Onirios.

Existen varias teorías sobre su origen, Hesiodo los consideraba hijos de Nux(la noche), Eurípides los concebía como hijos de Geo(la tierra) y los describe como demonios de alas negras mientras que Ovidio teoriza que son hijos de Hipos (el sueño) y va más allá, describiendo a tres de ellos. El celebérrimo Morfeo, y sus hermanos Fóbetor y Tantaso.

 


Según Homero los Onirios vivían en las oscuras playas del extremo occidental del océano, en una caverna de Erebo. Allí existían dos puertas desde las que se elevaban los sueños hacia los mortales. La primera era de cuerno y de ella emergían los sueños auténticos y la otra de Marfil desde donde se abrían paso los sueños falsos.

 Demonios alados,hijos de la noche, la tierra o el sueño, mil personificaciones enviadas a las humanos para conjurar pesadillas y sueños placenteros o solo una, que reina en cada mente que mientras duerme habita en ese espacio inexplorado que aun maravilla ya sea por su aspecto de portal enigmático al pasado o el futuro o por ser sinónimo de la asombrosa actividad de nuestro cerebro.