viernes, 20 de noviembre de 2020

Con un mapa bajo el brazo  y un resumen de los sitios emblemáticos me aventuré lo desconocido y toque tierra en la enigmática Habana, las diminutas gotas de una tímida lluvia veraniega junto a una brisa juguetona me dieron la bienvenida como si la ciudad me besara en la mejilla.

Libre de mi equipaje y ataviado con un sombrero para combatir las fieras ráfagas de fuego lanzadas por el sol me encontré de pie en medio de una plaza adoquinada, boquiabierto ante la belleza imponente de la fachada ancestral de la Catedral habanera, fue  inútil intentar capturar completamente su encanto en una instantánea pues la magia que la envuelve se niega a quedar atrapada en una fotografía, sumergí la vista en mi mapa tratando de hallar el camino cuando un susurro a modo de epifanía dijo con voz dulzona :

-Así te perderás la aventura, los mapas no llegan a dar con los puntos exactos de la Habana, la magia esta en dejar que ella te guie, en perderte en sus calles.-

Al girar  vi una muchacha de piel trigueña sonriéndome cálidamente y aprecie el mismo halo místico que se ocultaba de mi cámara al fotografiar la catedral a su alrededor

Contesté con una risa nerviosa

Ella soltó una carcajada sonora y dijo

-Ven te  guiaré un rato -, y echó a andar




Seguí sus ágiles pasos mientras mis ojos enamorados recorrían cada milímetro de la hermosa arquitectura colonial y en la atiborrada Bodeguita del medio sellé mi amor con la habana en un beso sabor a ron y hierbabuena en los labios de un incomparable mojito.

Deambulando por la calle Obispo entre un mar de cubanos y turistas perdí de vista en un parpadear a mi hermosa guía, pero decidido a tomar su maravilloso consejo seguí mis pasos sin pensar un rumbo, al final de la concurrida calle hallé el renombrado Floridita donde estreché la mano bronceada de Hemingway y el son de un cuarteto entusiasta baño mi corazón.

La cálida noche caribeña me sorprendió embelesado por el Paseo del Prado con sus imponentes leones custodiando cada esquina, el aire plagado de risas de los locales que se reunían allí el ir y venir de un pueblo sonriente me envolvió bajo el brillo de la Luna blanquecina y me empujo hacia el majestuoso malecón bañado por las olas del mar caribe, me senté en su veterano muro viendo el transitar de la vida, la música de guitarras enredadas con voces románticas  entonando melodiosos boleros, los transeúntes paseando y regalando saludos a los desconocidos como si fuesen viejos amigos la energía cósmica de repente parecía concentrada en aquella ciudad atrapada en el tiempo con autos del siglo pasado adornando sus calles con miles de colores.

Nunca hallé más sentimiento que en aquel  centenario corazón que sepultado bajo la ciudad nutre latido a latido cada arteria, alimentando los árboles y haciendo florecer la vida bajo el cielo de asombrosos matices añiles  y en la letra de una canción confirmé mi destino, la Habana  irremediablemente se hizo dueña de la mitad de mi alma.

 

 

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