miércoles, 9 de diciembre de 2020

  A 51 metros sobre el nivel del Mar, con una mano en el corazón y la otra derramando su bendición sobre toda la magnificencia de La Habana, se encuentra la mayor escultura del mundo en mármol de Carrara realizada por una mujer, el majestuoso Cristo de la Habana.

  Al producirse en 1957 el asalto al Palacio Presidencial para ajusticiar al dictador Fulgencio Batista, su esposa sumida en la desesperación rogó a la divina providencia prometiendo que si el presidente salía con vida ella mandaría a erigir una estatua de Cristo que se viera en toda La Habana, en efecto se lanzó un concurso y se reunieron 200 000 pesos en la colecta para sufragar la ejecución de dicha escultura y la ganadora del certamen fue la pinareña Jilma Madera.

 La escultura difiere de sus homólogos ubicados en Brasil, Portugal y Angola, el Mesías habanero tiene ojos vacíos y oblicuos, que asemejan mirar a todos desde cualquier lugar que es observado y labios gruesos, en sintonía con la fisonomía característica de los nativos de esta parte del mundo. Su calzado dista mucho del zapato típico de la antigüedad, la deidad calza las cubanísimas sandalias de ¨mete-dedo¨ inspiradas en las que usaba la escultora en aquella época. 

La estatua la conformaron 67 piezas hechas en las legendarias canteras de mármol de Carrara,  proveedoras ancestrales del material empleado en las construcciones del imperio romano de la época de Julio César y dónde el propio Miguel Ángel seleccionaba los bloques para sus obras.

 Dos años pasó la artista en la lejana localidad italiana para completar su creación y por fin la sublime figura se alzó regiamente sobre la colina de ¨La Cabaña¨ el 24 de diciembre de 1958.


 En tres ocasiones ha sido impactada por rayos y en  el año 2013 el equipo encargado de su cuidado y mantenimiento fue galardonado con el Premio Nacional de Restauración.

 El acertado emplazamiento del Cristo de la Habana ofrece una vista inigualable del paisaje urbano habanero, mostrando en todo su esplendor la urbe besada por el mar, que roba el aliento del observador con su belleza centenaria. 





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