domingo, 19 de septiembre de 2021

 En las excentricidades de la vida de la realeza de los siglos pasados se hayan algunas de las más absurdas y pintorescas curiosidades, además de algún que otro secreto indecente o particularmente horrífico, a veces con tonos púrpuras de psicopatía. La monarquía es además fuente de prolífica abundancia y a su vez de ineludibles responsabilidades y presiones que muchas veces giraban en torno a la sucesión, transformándose en muchas ocaciones en complots e intentos de asesinatos a la figura regente. Uno de estos curiosos y presionados monarcas, que hoy se hace protagonista de una historia peculiar fue Sancho I de León.


Sancho I de León nació en 935, hijo de hijo de Ramiro II de León junto a Urraca Sánchez, quien a su vez era  hija del Rey de Pamplona Sancho Garcés I y nieta de otro regente de Pamplona, Fortún Garcés. Pero Sancho no era el hijo primogénito, este lugar pertenecía a su medio hermano Ordoño III, quien era el legítimo heredero al trono y con quien se enzarzó en una lucha por el poder apoyado por su abuela y el Conde de Castilla, Fernán González. 

 Finalmente resultó victorioso y ascendió al trono reconocido como Sancho de León I, pero al poco tiempo de su mandato fue bautizado por sus súbditos con el sobrenombre de Sancho "el craso", sin lugar a dudas, el Rey tenía un problema de sobrepeso. Necesitaba ayuda para levantarse de su trono e incluso para caminar pues al parecer la genética lo dotó de una rápida capacidad para engordar y junto a su propio apetito desmedido habían resultado en la crasa figura que bien apodaban los pueblerinos.

  En un tiempo convulso, en que los reyes era llamados asiduamente a la batalla y debían ser capaces de liderar a sus ejércitos, inspirando a cada uno de sus soldados, el sobrepeso de Sancho comenzó a transformarse en su propio enemigo. Con apenas 16 años ya pesaba unos mórbidos 240 kilos, que le impedían el ejercicio de muchas de sus obligaciones reales. Dos años pasó en el poder, hasta que los nobles de León y Castilla, molestos por su obesidad idearon una confabulación para deshacerse del Rey craso. Unidos en su contra, alegaron que no solo su sobrepeso le impedía ir a batalla, si no que era altamente probable que debido a ello no pudiese engendrar hijos, y le echaron del trono, ascendiendo en su lugar a su sobrino; Ordoño IV de León. 

 Sancho huyó a Navarra, a refugiarse bajo el ala de su abuela, quien acertadamente le aconsejó que si deseaba recuperar su reino debía perder todos aquellos kilos de más. Acatando el consejo viajó a Córdoba para emprender un tratamiento médico a cargo de un galeno judío de la corte del Rey Abderramán III, allí también forjó un alianza con el Rey musulmán para que le ayudase a recuperar su trono a cambio de unas tierras a orillas del río Durero.

El destronado emprendió entonces un tratamiento extremo. El médico árabe le cosió la boca,

dejando solo unos pequeños espacios entre los labios donde se le introducía una cánula para beber agua y una infusión especial que lo mantenía alimentado. Para contener la ansiedad y evitar que lo sobrepasara, llevándolo a revertir el procedimiento, fue encerrado en una habitación de la que solamente salía para hacer largos paseos a trote por el amplio jardín. Al principio le era casi imposible moverse, por lo que tuvo que ser ayudado por los criados, quiénes estiraban unas cuerdas atadas a su cuerpo obligándolo a caminar paso por paso y luego lo sometían a extensos baños de vapor para quemar la grasa y el líquido acumulados en su cuerpo durante años. 

 Cuentan que a los 40 días el Rey ya podía luchar, cabalgar y engendrar descendencia pues había perdido la mitad de su peso y entonces se dispuso, con los ejércitos de de Córdoba y Pamplona, a recuperar su reino, cometido que logró en el año 960. Pero ni todos los tratamientos adelgazantes del mundo podrían cambiar la manera de pensar y actuar de Sancho, quien al ascender nuevamente al trono traicionó a sus aliados y sus nobles, consecuentemente, jamás volvieron a confiar en él. 

 Finalmente a mediados de noviembre de 1966 el Rey craso falleció repentinamente. ¿La causa?: una traición de un enemigo, cuyo nombre permanece hasta el día de hoy en el anonimato y quien astutamente apeló a la naturaleza comilona del monarca y escondió un letal veneno en el interior de una suculenta manzana, que el Rey devoró sin ni siquiera pensarlo y partió a la tumba condenado por su propio apetito incontrolable. 


2 comentarios

Remedio extremo y desesperado , rayando con lo absurdo , pero con resultados positivos.De ahí que la anécdota se lea con agrado haciéndonos meditar en cuanta gente en cualquier época han actuado de acuerdo con aquello de que El fin justifica los medios. Y lo siguen haciendo en nuestros días.

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Vaya método radical, entre la costura de la boca, los paseos y los baños de vapor resulta más drástico que el Dr Nowzaradan en "Mi Vida con 300 Kilos" (aunque más efectivo, el Dr Nowzaradan no lo logra en 40 días jejejeje) que duro, mejor no llegar a esos extremos jejeje 😉Interesante historia. Votado🐾

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