Los restos corporales de los mártires o los santos a los que se adora en el cristianismo, los objetos que se asocien a los mismos y su martirio se clasifican como reliquias, y constituyen uno de los elementos característicos más vistosos del cristianismo. 

  Las reliquias se almacenaban en relicarios especiales y se colocaban bajo el altar mayor o en la capilla de las iglesias para ser veneradas por los fieles, se creía que dichos vestigios de las santas figuras, emanaban santidad y gracia e incluso se le atribuían efectos milagrosos.

  Este culto a las reliquias alcanzó la mayor popularidad durante la Edad Media, llevando a muchísimas

La cabeza de Santa Catalina de Siena
personas a peregrinar cientos de kilómetros para estar en presencia de alguna. La práctica religiosa fue evolucionando con el paso del tiempo. La historia recoge una anécdota de finales del siglo que describe esta evolución, que tal vez pudiese llamarse deterioro:

  Cuentan que la emperatriz Constantina pidió al papa Gregorio Magno que le enviase la cabeza o alguna otra parte del cuerpo del apóstol San Pablo para colocarla en una capilla que estaba construyendo en su palacio de Constantinopla. El Papa en cambio le ofreció limaduras de las cadenas que  ataron al santo durante su cautiverio y explicó así sus razones:

 " Conozca, mi más serena señora, que la costumbre de los romanos no es, ante las reliquias de los santos, tocar su cuerpo, sino poner un brandeun (prenda) en una caja cercana al sagrado cuerpo del santo"


 Pero la realidad distaba de las opiniones y solemnes procederes del Papa, cuerpos enteros y también en pedazos circulaban ampliamente, junto a objetos variados que se especulaba en algún momento habían estado en contacto con Jesucristo, la Virgen u otros santos.

 En manos de emisarios, peregrinos y mercaderes salía de Roma un diverso contrabando religioso que contenía desde ropas, instrumentos de martirio, paños introducidos en sepulcros hasta la propia tierra del Coliseo, donde habían muerto muchos de estos mártires.  Durante la Alta Edad Media las catacumbas romanas fueron la mina de oro de los coleccionistas de reliquias y en el siglo IX se creó una asociación enfocada en su venta y comenzaron a exportarse fuera de Italia. El mercado para estos bienes fue rápidamente en el aumento, mientras que la materia prima, lógicamente, comenzó a escasear y el interés que antes se centraba en objetos relacionados con Cristo, los apóstoles o los mártires empezó a extenderse a los restos de obispos, abades, reyes e incluso aristócratas que habían mostrado en vida alguna devoción religiosa.

 Un auténtico ranking se fue creando, donde  se otorgaba menor o mayor valoración a las reliquias en función a varios criterios. Las más apreciadas eran las que guardaban relación con la vida de Cristo, seguidas por los restos de los santos más venerados y las reliquias de los apóstoles. El valor ascendía con la antigüedad y los cuerpo enteros, cabezas, brazos, tibias y órganos vitales eran de mayor importancia que otros restos humanos. Los pequeños pueblos de poco poder económico contaban con huesos, dientes, pieles y astillas. Comprados por los clérigos incentivados por decretos conciliares que exhortaban a poseer reliquias para consagrar en altares, dichas reliquias "menores" eran situadas a la cabeza de interminables procesiones.

 Incluso los laicos adquirían las codiciadas reliquias, para tenerlas en sus casas, llevarlas en su bolsa o colgarlas del cuello, pues a estas se le atribuían poderes sanatorios casi milagrosos, razón por  la que el comerció creció, causando una demanda hambrienta; muchas reliquias pasaban de mano en mano por todos los rincones del mundo o se "duplicaban". Incluso de la reliquia más importante de la Cristiandad, la Vera Cruz o lignum crucis, se veneraban tantos fragmentos que con ellos  podrían haberse compuesto varias cruces.

El santo prepucio 
   Mientras tanto otros santos distribuían sus restos personalmente, de acuerdo a una antigua leyenda en Árles, al sur de Francia existía una columna de mármol altísima, construida justo detrás de una iglesia y teñida de púrpura por la sangre de San Gines, un actor convertido al cristianismo en el siglo III, quien sufrió un final fatídico, murió atado a la columna y degollado por la "chusma infiel". Cuenta la leyenda que " tras ser degollado, el santo en persona tomó su propia cabeza y la arrojó al Ródano  y su cuerpo fue transportado por el río hasta la basílica de San Honorato, en la que aun yace, su cabeza guiada por los ángeles mientras flotaba por el mar, llegó a Cartagena, donde en la actualidad reside y obra numerosos milagros.

 Para evitar fraudes las reliquias era puestas a prueba frecuentemente, si no obraban un milagro se consideraba que eran falsas, sin embargo había reliquias improbables, como el prepucio de Jesucristo, la leche de la Virgen,  una pluma del Espíritu Santo o las monedas por las que se vendió Judas. 

 

Una de las cabezas de San Juan Bautista

Siempre rodeados de polémicas estos objetos, convertidos en ocasiones en contrabando en un prolífico mercado comercial que lucraba ampliamente con ellos, generaban entendibles controversias por ejemplo Guiberto de Nogent, un monje benedictino que vivió entre los siglos XII y XIII proclamaba abiertamente que creía imposible que el diente conservado en Saint-Medard fuese de Cristo, pues era dogma de fe que su cuerpo había resucitado, y señalaba el evidente absurdo de que existiesen dos cabezas de San Juan Bautista, una en Saint- Jean -d´Angely  y otra en Constantinopla, ignorando el monje, que en realidad existían varias. El caso del  Baustita es merece una mención aparte en el tema de las reliquias y el lucro en que estaban envueltas, por ejemplo de este Santo se conservan 63 dedos, 28 fragmentos del cráneo,16 cráneos enteros y su esqueleto de cuando tenía 12 años, como si de mudar la piel se hablara.