La reluciente gema que marcó por varios años el km 0 de las distancias en nuestra isla, atrayendo a turistas y locales, deseosos de atestiguar la belleza que irradiaba, regodeándose en su encanto blanquecino, sin revelar que procedía de una historia enturbiada por la desgracia, la que le valió el calificativo, entre algunos cubanos, de ¨brillante de la fatalidad¨.

 


La piedra de 25 quilates y extraña perfección pertenecía originalmente a la corona de Nicolás II, descendiente de la dinastía Romanov y último zar de Rusia, cuyo final fue una sangrienta escena, donde los bolcheviques le dieron muerte  junto a su esposa y sus cinco hijos, en una horrorosa masacre un terrible 17 de julio de 1918.

 Por insospechados caminos llegó el diamante a las finísimas manos de una duquesa francesa, quien deseosa de venderlo, entabló negociaciones con un joyero turco, radicado en La Habana, quien había capturado la atención de la controversial primera dama María Jaén, logrando interesarla en la prenda.

  Emprendió viaje entonces el joyero, a territorio parisino para  procurar la joya; pasados diez días luego de que el diamante abandonara sus manos, la duquesa falleció y un ruso que la asistió en la transacción de la gema quedó ciego en el miso lapso, el joyero turco a su regreso a La Habana se enfrentó con la negativa de  María a pagar el precio acordado por la gema y su decisión irrevocable de no comprarla, sus negocios empezaron a decaer, la suerte se le escabullía, fue objeto de varios asaltos de ladrones que pretendían arrebatarle la roca y eventualmente, ahogándose en tan mala suerte, no tuvo otra salida que empeñar la preciosa piedra por solo cuatro mil pesos para poder subsistir.

  Luego de la construcción del Capitolio Nacional, el entonces Ministro de Obras Públicas, Carlos Miguel de Céspedes, tomó un peculiar interés en la joya, que le fue vendida por doce mil pesos, nueve mil reunidos en una colecta y tres mil del propio bolsillo de Céspedes.

 Todas las naciones, remontándose a los tiempos de la antigua Roma marcaban el punto de inicio de

medición de todas sus distancias con un distinguido monumento que denotara dicha localización geográfica que daba nacimiento a todos los caminos, por tanto, Cuba no podía ser menos; el 20 de mayo de 1929 se inauguró el majestuoso Capitolio Nacional, y en su interior, montado en un precioso engarce, yacía solemne, marcando el kilómetro 0 de la carretera central el devenido ¨Diamante del Capitolio¨.

 El público se congregaba para ver la magnífica joya, que adornaba grácilmente el suntuoso Capitolio y en los catálogos de agencias de viajes se le calificaba como, una de las grandes atracciones turísticas de la capital, hasta que el 25 de marzo de 1946, su ausencia desgarradora fue advertida por el vigilante, durante su recorrido habitual por el Salón de los Pasos Perdidos.


 La joya que se consideraba uno de los tesoros mejor resguardados de la República, había desaparecido, de nada sirvió que fuese incrustada en ágata y platino, antes de introducirla en un bloque de andesita, considerado el granito más fuerte del mundo, fue arrebatada de su nicho misteriosamente, sin dejar más rastro que una escritura a lápiz en el suelo que rezaba: ¨2:45 a 3:15- 24 kilates¨. 

El tiempo transcurrió sin indicio alguno de los perpetradores o el paradero del hermoso diamante, hasta que el 2 de junio de 1947 un sospechoso sobre apareció misteriosamente en el despacho del presidente Grau, en su interior se encontraba la afamada joya robada, levantando aún más interrogantes alrededor del hecho, ¿ quién lo robo?, ¿ cómo y por qué lo devolvería?, preguntas que hasta nuestros días quedan sin respuesta y yacen, junto al diamante que nunca más se ha visto y dormita en la oscuridad, encerrado en una bóveda del Banco Central de Cuba, donde nadie ha podido obtener prueba gráfica de su situación actual, enzarzando más el mito alrededor de la enigmática gema, a la que desde 1973 sustituye una réplica en su emplazamiento original.