En tiempos purulentos, donde la pandemia se hace presente en cada exhalación, y el temor a la enfermedad y la muerte se acrecienta en nuestras ciudades, convirtiéndolas en pueblos fantasmas, nostálgicas del vaivén habitual de personas llenando de murmullos las calles y las risas infantiles revoloteando por los parques,  debemos tomar un momento para  reflexionar sobre los héroes anónimos que cada día arriesgan su vida para salvar a la humanidad, de pie, valerosos en la primera linea de batalla contra un enemigo invisible que nos ha expropiado de la libertad que solíamos poseer.

  Al recordar a nuestros héroes actuales con sus batas blancas vienen a la mente también los mártires del pasado, cuando las guerras contra las enfermedades eran mas rudas y se carecía de muchos de los avances que ahora poseemos, una de estos héroes anónimos que dieron su vida para salvar la nuestra es la casi desconocida Clara Louise Maass.


 La devota enfermera 


 Nacida el 28 de junio de 1876, en Nueva Jersey la dulce Clara era la mayor de nueve hermanos, decidida a mantener a su numerosa familia y siguiendo la vocación de su corazón de cuidar a los necesitados, estudió en la Escuela de Enfermería del Hospital de Newark , graduándose con honores en 1895 y tres años después fue nombrada jefa de enfermeras del hospital.

 Durante la guerra de 1898 entre España y Estados Unidos abandonó su cómodo puesto como jefa de enfermería, presentándose voluntaria para asistir a los enfermos y heridos en el campo de batalla. Al servicio del Séptimo Cuerpo de Ejército pasó en pocos meses por Florida, Georgia y Santiago de Cuba, en 1899 y 1900 es destinada a Filipinas, donde contrajo el dengue y es enviada de regreso a casa.

 En la contienda con España, Clara, vio pocas heridas  de guerra y cuidó a muchos soldados afectados por enfermedades como el tifus, la malaria y el dengue o fiebre amarilla, en la guerra contra la nación europea hubo más bajas por fiebre amarilla que por el enfrentamiento bélico, con proporciones de 1939 muertos por la enfermedad y 369 por heridas de guerra.

 Poco después a finales del 1900, Clara Maass regresa a Cuba, a petición del Dr, William Gorgass, para trabajar con enfermos de dengue en el Hospital de Ánimas de La Habana, donde la Comisión del Ejército sobre la fiebre amarilla realizaba arduas investigaciones sobre esta enfermedad endémica en Cuba, uno de los objetivos principales  de dicha comisión era comprobar que la  forma de transmisión de la letal afección, era el mosquito Aedes Aegypti,  identificado por el ilustre Carlos J. Finlay como vector epidemiológico de la enfermedad.

  Con este propósito se organizaron experimentos con voluntarios y Clara Maass  fue una de ellas, la joven enfermera cayó en cama luego de ser expuesta a mosquitos portadores de la enfermedad pero su padecimiento fue leve y se recuperó rápidamente, parecía probado, el mosquito transmitía la fiebre amarilla.

Unos meses más tarde Clara se presentó para otra prueba, esta vez los médicos trataban de determinar si por haber pasado la enfermedad y tenido contacto con muchos pacientes que sufrían de la misma, estaría inmunizada contra ella. Pero no fue así, enfermó nuevamente el 18 de agosto, esta vez con una fase mucho más severa que la anterior, sus síntomas se agravaron con rapidez y murió el 24 de agosto, con solo 25 años. 

 Su historia conmocionó al mundo y fue el fin de los experimentos con personas en los estudios de la fiebre amarilla, las conclusiones de la Comisión aseguraron que la enfermedad se transmitía por la picadura del mosquito y que con el control y eliminación del vector se podía manejar la enfermedad.

 Aplicando estas recomendaciones y gracias al sacrificio de Clara, pocos meses después la fiebre amarilla fue erradicada de La Habana y más tarde aplicando protocolos parecidos se consiguió eliminar la enfermedad desde Panamá hasta la parte meridional de Estados Unidos y Ecuador, la vacuna no llegó hasta 1937 y en la actualidad sigue siendo una enfermedad incurable.

 Clara Maas fue enterrada en la Necrópolis de Colón con honores militares y seis meses más tarde sus restos mortales fueron trasladados a su ciudad natal. En la actualidad el Hospital de Newark, donde estudió y trabajó lleva su nombre en honor a su labor y sacrificio.