De vibradores y buenas vibras
El Doctor Petrus Forestus, llevaba meses inmerso en sus estudios, largas horas tomando notas, madrugadas quedándose dormido en su mesa de madera, investigaciones que luego fueron recopiladas en su "Observationem et Curationem Medicinalium ac Chirurgivarum Opera Omnia", donde dedicó un capítulo entero a la "histeria", una enfermedad que según la tradición médica occidental afectaba a las mujeres, manifestándose con síntomas como desórdenes menstruales, trastornos melancólicos, privación sexual y pesadez de mente.
Desde el siglo IV antes de Cristo, se describe el tratamiento médico, para esta dolencia que ya hoy no
existe , pues en 1952 la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos eliminó el término de la lista de afecciones, pues no era realmente una enfermedad y aunque fue considerada así por 25 siglos, son muchos quienes piensan que era solo la expresión de la sexualidad femenina insatisfecha.Pero para Pretus Forestrus era un tema muy serio, y como muchos de sus colegas, creía fervientemente en el tratamiento ideado para mitigar este "mal femenino" y respecto a ello apuntó:
"Cuando estos síntomas se indican, consideramos necesario pedir a una partera que ayude, de modo que pueda masajear los genitales con un dedo adentro, utilizando el aceite de lirios, raíz de almizcle, azafrán. o algo semejante. Y de esta manera la mujer afligida puede ser excitada hasta el paroxismo. Este tipo de estimulación con el dedo es recomendado por Galeno y Avicena, entre otros, en especial para viudas, para quienes viven vidas castas y para mujeres religiosas, como propone Ferrari da Gradi. Se recomienda con menor frecuencia para mujeres muy jóvenes, mujeres públicas o mujeres casadas, para quienes es mejor remedio realizar el coito con sus cónyuges."
Forestus murió en 1597 y sesenta años después cuando se público su libro comenzó a ser conocido como "el Hipócrates holandés".
Más tarde un médico del siglo XIX, Robin Haller, describió los síntomas de la histeria como "lloros, irritación, depresión, debilidad física y mental, miedos mórbidos, olvidos, palpitaciones del corazón, jaquecas, agarrotamientos al escribir, confusión mental, miedo de locura inminente y preocupación".
Y aunque suene descabellado, precisamente estos fueron los síntomas definidos como histeria hasta 1952.
Y es que la visión de la sexualidad fue por tantísimos años androcéntrica, distinguiéndose únicamente tres pasos, la preparación para la penetración, la penetración y el orgasmo masculino, asumiendo que la mujer debía conseguir el clímax por la penetración.Sin embargo, como ya sabemos, esos orgasmos pocas veces suceden, pero en aquellos tiempos cualquier expresión sexual femenina que se saliera de este modelo, ya fuera la masturbación, la apatía sexual o la simple y llana falta orgasmo derivado de la penetración era considerada una enfermedad y demandaba tratamiento.
En vistas de que la masturbación femenina estaba prohibida por ser antónimo de castidad, y que el afamado modelo androcéntrico de la sexualidad no funcionaba, recayó sobre los médicos la responsabilidad. Los galenos, graciosamente aceptaron. Diseñaron, practicaron y justificaron la producción clínica de orgasmos femeninos, que además les resultaba muy rentable.
Pero según registros de la época a los médicos encontraron trabajoso producir orgasmos mediante masaje vulvar y no disfrutaban nada el proceso por lo que lo delegaron a los dedos de las matronas, las atenciones de los esposos o algún aparatejo que lograse el cometido y ahí fue cuando nacieron los vibradores.
Cuando nació el primer vibrador electromecánico el tiempo en alcanzar los resultados se redujo de una hora a diez minutos. Nacido en respuesta a la demanda de los médicos para realizar el trabajo de manera más rápida y eficiente, la primera patente para un vibrador fue solicitada a nombre de Joseph Mortimer Granville, en 1883 y se le llamó Granville´s Hammer. Originalmente el invento de Joseph no fue concebido para este fin, fueron otros doctores los que comenzaron a utilizarlo como masajeador para el área genital.
Dos décadas más tarde la compañía estadounidense Hamilton Beach lanzo el primer vibrador eléctrico para venta comercial y no demoró en convertirse en un elemento más en la vida del hogar. El vibrador se vendía en la sección de electrodomésticos como un accesorio "muy útil y satisfactorio para el uso casero". Los vendedores lo ofrecían a los clientes para que solucionaran sus problemas con las "mágicas ventajas " de la vibración.
El juguete sexual:
La avalancha de los anuncios que juraban que el "vibrador todo lo puede", duró poco y el día que la Asociación médica declaró que aquello era "un engaño y una trampa" la industria entró en crisis y los vendedores se vieron obligados a modificar su mensaje. Allí fue cuando surgió, con mujeres de blusas escotadas, la asociación moderna de lo vibradores con el placer, sugiriendo que "solucionaba nervios atascados".
Pero en 1952, la Asociación Americana de Psiquiatría, asestó otro duro golpe a la industria cuando declaró que la histeria no era una enfermedad, sino un mito anticuado y el tratamiento no era más que la masturbación. Así se evaporaron los viradores de los estantes de las tiendas y los anuncios de catálogos y comenzaron a verse en la gran pantalla ,que se hizo un sitio propicio para la pornografía y los mostraba ampliamente como objetos sexuales. Ya no se hablaba de los vibradores, ni se veían en los hogares, el nombre pasó a ser tabú, asociado con la perversión.
En los años 60 el vibrador se posicionó como juguete sexual y diez años más tarde comenzó a ser utilizado por especialistas en salud sexual, a pesar de que la sociedad conservadora se rehusaba a escuchar sobre sus usos recreativos. El tiempo pasó y el las últimas décadas los vibradores se unieron a a la lencería y los disfraces con ventas millonarias en el mercado de productos sexuales, dejando de ser un placer culposo. La libertad sexual de la mujer también cambió y los vibradores dejaron de ser imágenes falocéntricas, transformándose en diseños pequeños y más delicados. Los más modernos están pensados exclusivamente para el clímax femenino y demuestran que no es necesaria la presencia masculina para alcanzarlo.
Ya no se ocultan en conventos ni son sinónimo de perversión, los vibradores son parte de la vida cotidiana, dedicados a la satisfacción el autodescubrimiento e incluso la nutrición de la relación sexual de pareja.