La historia de la Segunda Guerra Mundial  esta repleta de horrores y genocidios que escapan incluso a la más activas de la imaginaciones. Pareciera que cada aspecto que rodea este oscuro pasaje de la historia de la humanidad descubre nuevos horrores ante nuestros ojos. Tal es el caso de quince mujeres, condenadas a una peculiar tarea. 


En 1942, en plena guerra, 15 jóvenes mujeres se sentaban frente a una mesa que exhibía los manjares más deliciosos, mas el miedo era único aperitivo y la incertidumbre de sufrir una muerte horrible tras ingerir el más mínimo bocado colmaba sus vidas. 

Nadie supo de la existencia de este batallón catadoras, a quienes se les encargaba la tarea de probar la comida de Hittler, hasta que Margot Wolk una de ellas, puso fin a 70 de años de silencio, en diciembre de 2012. 

"Tuviste buena suerte. Los rusos mataron al resto de las chicas". Le dio Gerhard La Grange, al reencontrarse con ella años más tarde. La Grange fue el único amigo que Margot hizo durante su nefasto servicio a los nazis. Fue él quien la embarcó en el tren de Goebbels, que salió de Prusia en 1944 y salvó su vida. 

Las tropas soviéticas llegaron poco después a la Villa donde Hittler comandaba sus ataques y mataron a todo al que encontraron. Entre ellos las 14 mujeres que junto a Margot, conformaban la "brigada del veneno".

Wolk vivió, como muchos, los horrores de la guerra. En 1941 un bombardero de la Fuerza Aérea Británica la obligó a huir de Berlín. Su marido estaba en el frente, así que desprovista de cualquier ayuda decidió ir a casa de su suegra en Gross Partsch. Poco podía saber la joven Margot, que a menos de seis millas se encontraba el búnker de Hitler. 

A penas a una semana de llegar al pueblo, ya Margot había sido encargada con la tarea de probar los alimentos del Fuhrer. En sus declaraciones expresó:

" Me sentía como un conejo de laboratorio, pero si algo se aprendía en la Alemania nazi era que no se discutía con las SS". 

" Entre las once y las doce del día teníamos que probar la comida, y solo después de que todas lo hacíamos, las SS la llevaba a los cuarteles". Contó 

Las mujeres comían a diario, bajo supervisión armada, en un colegio, al que eran llevadas cada día en un autobús. 

"Esta era mi vida cinco días a la semana. Nunca conocí a Hitler pero lo vi en el patio cerca a la casa, jugaba con su perra Blondi. Él le lanzaba palos, era muy devoto de ella".

El menú al que eran sometidas cada día, no hizo más que asombrarla. Los alimentos más insospechados constituían la alimentación del desquiciado, que a pesar de matar millones de personas de la manera más atroz, rechazaba comer carne, por lo horrible que le resultaban los mataderos. 

" Todo era vegetariano, las cosas más fresca y deliciosas, desde espárragos hasta pepinos y arvejas, servidos con arroz y distintas ensaladas. Nos daban todo en un plato, justo como se le iba a servir a él. No había carne y no recuerdo que hubiera pescado." 

"Muchas de las chicas rompían en llanto cuando comenzaban a comer. Luego, solíamos llorar como perros cuando sabíamos que habíamos sobrevivido".

Las chicas probaban los manjares con la incertidumbre de quien se aproxima a la muerte más agónica. Luego de que Hitler sufriera un atentado en este preciso lugar, la situación para la "brigada del veneno" fue a peor. Ahora las chicas tenían prohibido salir de las instalaciones escolares y solo podían ver a sus familias en pocas ocasiones. 

En 1944 La Grange llegó con un aviso nefasto, y ayudó a Margot a regresar a Berlín. Pero allá la hallaron los rusos, que durante 14 días la violaron y golpearon, en un intento por hacerle pagar su servicio al dictador.  Su calvario terminó y Margot regresó al mismo apartamento del que había huido al comienzo de la Guerra. Su esposo regresó allá también y se reencontraron en 1946. Nunca pudo tener hijos, pero vivió a su lado hasta su muerte. 

 Nunca conoció a Hitler, no era simpatizante de sus horrores ni de su reino de destrucción, sin embargo cada día arriesgaba su vida por él, involuntariamente. No estuvo en un campo de concentración, pero el horror que vivió al servicio de las SS marcó su vida para siempre, sobre todo al realizar un acto tan cotidiano y necesario como comer.