Profundas y aún sangrantes son las heridas que todavía permanecen debido al horror del holocausto, que condenó al infierno viviente a millones de personas por los desquiciados conceptos de un dictador enajenado y los desalmados monstruos que le seguían.

 Bien conocidas son las terroríficas descripciones de los inhumanos campos de concentración, las torturas innombrables, los horrorosos experimentos y los despiadados asesinatos.

A lo largo del Río danubio en Budapest capital de Hungría se instaló también el horror, cada vez que se reunían a sus orillas un grupo de indefensos judíos de espaldas al río y de frente al cañón del arma de su verdugo que les obligaba a quitarse los zapatos y luego les disparaba sin piedad, dejando sus cuerpos sin vida caer por el borde y ser arrastrados por las frías corrientes.

 Hoy, allí, donde murieron tantos inocentes se alza un monumento en su memoria. Compuesto de 60 pares de zapatos de tamaño real al estilo de 1940 esculpidos en hierro.

 


Botas de trabajo de un obrero, los mocasines de un hombre de negocios, los zapatos de tacón de una dama, incluso los pequeños zapatitos de un niño ilustran el horror del que nadie quedaba exento sin importar ni siquiera la edad.

 El monumento fue creado por el director de cine Can Togay y el escultor Gyula Pauer en homenaje a la memoria de todos los judíos húngaros que fueron lanzados a la gélidas aguas del Danubio.