jueves, 31 de marzo de 2022

 


De un extremo de la medicina, a otro completamente opuesto, del placer al horror, hoy hablaremos sobre esos lugares del mundo, que inspiran temor aunque no haya en ellos ningún signo atemorizante. Aunque estén limpios y pulcros, organizados y llenos de personal de confianza, los manicomios siempre hielan los huesos, quizás por aquello del miedo a perder la mente, de hallarnos presos en los rincones más oscuros de nuestra propia cabeza, envueltos en alguno de los fatídicos padecimientos que azotan la psiquis humana. 

Tal vez se quiera culpar al cine de terror, o la literatura, por tomarlos de escenario o protagonistas para sus historias más horrorosas, pero si algo es cierto es que la ficción casi siempre nace de la realidad y la historia de los psiquiátricos no es un viaje por una pradera de flores, de hecho todo lo contrario los cimientos del mito del "manicomio pesadilla" tienen profundos orígenes.


La leyenda negra:

Entre pinceladas frenéticas, Richard Dadd, fue asaltado por la idea de que su propio padre era la reencarnación del diablo, y durante un paseo por el campo, una tarde de 1843 lo mató a cuchilladas y se dio a la fuga. Poco después la policía lo apresó en Francia. 
 
  En 1790, Jhon Frith, harto de que nadie lo escuchara cuando les contaba que en realidad él era San Pablo, explotó y en un exabrupto agredió al Rey George III de Inglaterra, lanzándole una piedra. 

 Eliza Josolyne, era una sirvienta en una casa de 23 cuartos, trabajaba sola, vigilando que cada rincón estuviese en perfecto orden, dejando cada onza de su energía en la ardua tarea. Pero un frío enero, sus patrones la cargaron también con la obligación de mantener vivos los 20 fuegos de la casa, Eliza no lo soportó más y su ya extenuada psiquis terminó por fracturarse. 

 Richard, Jhon y Eliza, aunque en épocas diferentes compartieron el mismo destino:

 El Bethlem Royal Hospital

Este es uno de los psiquiátricos mas famosos de la historia, y tal vez el que más detalles escabrosos ha añadido a la construcción de los manicomios diabólicos que vemos en la pantalla grande o en la literatura de terror. Se fundó en el siglo XIII y desde entonces hasta el XVIII o XIX sus terapias y maneras funestas escribieron cruentos capítulos, dignos de una novela negra.


 Más que un hospital Bethlem fue durante muchos años un zoo humano, donde los ricos londinenses
pagaban un chelín para ver el "espectáculo de los locos" como una atracción de circo. La humillación pública se unía al trato cruel y las condiciones deplorables en las que subsistían los enfermos, a quienes los médicos se referían como "lunatickes", en un juego insensible de palabras entre lunáticos y tickets.

En 1247 Simon FitzMary, antiguo alguacil de Londres, donó un terreno para que se levantase un asilo, que bautizó Priory of St. Mary of Bethlehem, de donde derivan las abreviaturas Bethlem y Bedlam, por las que es conocido el icónico lugar. Décadas más tarde el centro era reconocido como hospital y hacia 1400 comenzó a acoger pacientes internos. En 1547, Enrique VII entregó el edificio a la ciudad de Londres para que fuese usado como espacio para tratar a los enfermos mentales. 
 
 A medida que la actividad del centro aumentaba y el tiempo iba pasando, el psiquiátrico se vio obligado a ir cambiando de lugar , hasta que en 1676 se mudó a un nuevo y elegante hogar, en Moorfields.  Robert Hooke, creador del nuevo edificio, había querido que fuese el "Versalles de Londres" y creó una magnífica fachada de 165 metros de largo, con columnas corintias, torre con cúpula e imponentes jardines, creando, tal vez sin saberlo, un macabro contraste entre la magnificencia exterior y la decadencia sombría que resguardaría entre sus paredes.

Era grandioso en teoría pero la pesada fachada no tardó en resquebrajarse y el hospital sufrió graves daños, viéndose obligado a trasladarse una vez más, hasta que en 1930 llegó a Beckenham, su ubicación hasta hoy, durante sus cambios de locación, también la dirección del centro fue pasando de mano en mano pero no es por eso por lo que se recuerda al macabro hospital. 


Ni la fachada tambaleante de Hooke, ni la corrupción de los directores pudo igualar el horror que se vivía en aquellos pasillos. Las cadenas, los castigos, la suciedad, los encierros, el olor a muerte y enfermedad. Los tratamientos de la época también tuvieron gran peso en la creación de la imagen del "manicomio pesadilla", hacia el siglo XIX era acostumbrado que se "recetara" la terapia de "rotación", que consistía en sentar al paciente en una silla suspendida en lo alto para que girase frenéticamente por largas horas, en una suerte de tiovivo descontrolado. Los baños fríos y los grilletes también eran inquilinos habituales con los que convivían los enfermos en aquellos días sombríos. Incluso el testimonio de Edward Wakefield, narra como hablaba horrorizado con los hombres desnudos y hambrientos que se encontró encadenados a las paredes del psiquiátrico durante una de sus visitas en 1814.

 Con el paso del tiempo las prácticas en Bedlam  fueron modernizándose  y en 1684 su historia cambió cuando un brillante médico llamado Edward Tyson asumió la dirección y aplicó mejoras para cambiar el panorama del centro, contrató enfermeras y dedicó un fondo para los pacientes pobres, que no disponían siquiera de ropa. En 1852 con la llegada del doctor William Charles Hood el cambio de rumbo fue definitivo. Hood trabajó incansablemente por 10 largos años para mejorar las condiciones del hospital y en especial para que se segregase a los criminales dementes. 

La feria de los locos:  

 Un chelín les abría las puertas del psiquiátrico a los burgueses que deseaban pasearse por sus pasillos, deleitándose con el espectáculo de la enfermedad mental, recorriéndolo como si de un zoo se tratara, incluso se les permitía azotar a los enfermos. La tradición asegura que por  esos pasillos pasaron alrededor de 96 000 visitantes al año. Los historiadores no recuerdan que : "En aquella época no había nada extraño en animar tal espectáculo: visitar Bethlem era visto como algo edificante por las mismas razones por las que lo era asistir a los ahorcamientos"
 




















 

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