Tal vez muchos no lo saben, pero el genio tardó mucho en hablar. Sus padres se preguntaban preocupados qué pasaba con él. A los tres años, cuando ya casi toda su familia vaticinaba un retraso mental, Albert comenzó a balbucear sus primeras palabras. Fue entonces que su madre le inyectó en el alma el amor por el violín, su tío le obsequiaba libros de ingeniería y un amigo de su familia revistas científicas.

Cuando por fin las palabras se precipitaron de su boca, cayó enfermo y su padre amoroso y preocupado le regalo una brújula. Aquel objeto que apuntaba siempre al mismo sitio sin estar atado a nada fascinó al niño, interesándolo por el fenómeno del magnetismo. Siempre fue un misterio que pasaba por su cabeza, en sus silencios y maravillas. Y siguiendo esas mismas incógnitas el forense que examinó su cuerpo sin vida , hurtó su cerebro, creyendo que el órgano muerto podría contestar aún, explicando que hacía funcionar a un genio. 

 El 16 de abril de 1955, Einstein sufrió una aneurisma de aorta abdominal y un masiva hemorragia interna. Se negó a que su vida fuese prolongada por una riesgosa cirugía: " Quiero irme cuando quiero. Es de mal gusto prologar la vida de modo artificial. Ya hice mi parte, es hora de irme. Y lo voy a hacer con elegancia."


Dos días más tarde murió, en el mismo hospital de Princeton donde había enseñado desde que llegó a Estados Unidos. Pidió ser cremado y que sus cenizas fueran arrojadas al río Delaware para que nadie fuera a "adorar sus huesos", y así se hizo. O se pensó que se hizo. 

Se llamaba Thomas Harvey, y fue el patólogo encargado de la autopsia del genio. Sus acciones posteriores dictan que alguna tuerca fuera de sitio tenía, pues sin que la familia o nadie lo supiese, extrajo el cerebro del difunto y lo ocultó, en lo que luego diría era un "intento de enriquecer la ciencia". Para él no era un robo, sino un acto científico en toda regla. Y a pesar de que cuando el escándalo estalló ya Harvey había convencido al hijo mayor de Einstein para que lo dejara estudiar el cerebro de su padre, algo no anda bien pues fue despedido de inmediato. 

 Lo contrataron en la Universidad de Pennsylvania y allá fue, con el cerebro hurtado, finamente

diseccionado en 240 láminas conservadas en celoidina. Una vez allí hizo doce juegos de doscientas diapositivas del tejido cerebral del científico y las envió a los más prestigiosos investigadores de la época.

El resto del cerebro lo dividió en dos partes, que metió en un recipiente con formol y se llevó a su casa. Lo escondió en el sótano, debajo de un enfriador de cervezas. Vivía obsesionado con su tesoro, su mujer lo abandonó, dejándolo en la ruina. Los pedidos hechos a sus colegas arrojaron que el de Einstein no era un cerebro diferente al de el resto de los hombres, y que de hecho pesaba un poco menos que el rango normal. La existencia de Harvey continuó en declive y el cerebro de Einstein en una caja de sidra bajo el enfriador de cervezas.

 En 1978, con 66 años, fue entrevistado por un periodista llamado Steven Levy, quien se asombró al confirmar que aún conservaba el cerebro del genio. "Yo encontré el cerebro de Einstein", fue el título acertado con que el periodista publicó su artículo y que atrajo la atención de un grupo de científicos de la Universidad de Berkeley que pidieron a Harvey sus muestras para analizarlas. En 1985, salió a la luz un estudio, que arrojaba que Einstein tenía más células gliales que los otros mortales, estas células apoyan al funcionamiento de las neuronas y el genio tenía gran cantidad de ellas.

 


La historia de Harvey también fue publicada y las peticiones de muestras empezaron a lloverle. Aquella tuerca suelta del patólogo sobresalió en todo, excepto en las muestras. Más tarde contó que las cortaba con un cuchillo de cocina, que usaba exclusivamente para eso y las enviaba por correo a los científicos en frascos de mayonesa y sumergidas en el líquido que mejor conservase. 

Cuando ya rondaba los 80 se rodó un documental sobre su vida, en el que se le ve deambular por el sótano de su casa con un frasco de mayonesa en la mano y cortar rebanar el cerebro de Einstein sobre una tabla de quesos con aquel cuchillo de cocina.

Como si fuera poco en 1996, un periodista y escritor llamado Michael Paterrniti encontró a Harvey y lo convenció de entregar los restos del cerebro a la nieta de Einstein que vivía en California. En un viejo Buick del 76 con el cerebro en el maletero, viajaron de costa a costa, solo para encontrar a la joven Avelyn , que obviamente no quiso tener nada que ver con el cerebro en formol que le presentaban.

Harvey murió el 5 de abril de 2007, a los 94 años y lo que quedaba del cerebro fue donado por la familia Einstein al Museo Nacional de Salud y Medicina del Ejército de Estados Unidos donde se exhibe al público.

Catorce años más tarde otro trabajo sobre el cerebro salió a la luz, describiendo como lo que se pensaba era un cerebro normal, con exceso de células gliales era mucho más. Presentaba una morfología atípica. Mientras que las personas normales poseemos tres giros prefrontales Einstein tenía cuatro.

Al final, la obsesión de aquel patólogo de tuerca floja, sirvió para que la ciencia se acercara a desentrañar el misterio de una de las mentes más geniales de la historia. Harvey, con su cuchillo de cocina, su tabla de quesos y sus pomos de mayonesa, se dedicó a preservar los restos de Einstein, con su innegable locura, pero fue obsesivo y fiel con su propósito hasta el fin.