Los asesinos seriales, sus atroces crímenes, su motivación para matar y las circunstancias de su vida que moldearon la personalidad distorsionada que los llevó a cometer las crueldades por las que fueron conocidos, siempre han sido tema de una especie de fascinación mórbida para muchos, pero para otros constituyeron la base de una ciencia que busca un mejor entendimiento de la psiquis fracturada de estos individuos, en aras de entender y tratar de predecir el comportamiento de aquellos nuevos homicidas que puedan emerger. 

 John Douglas, un hombre estadounidense que trabajó durante 25 años para el FBI, es uno de los máximos exponentes de esta estirpe humana que dedica su esfuerzo para descifrar el funcionamiento de las mentes criminales. Durante los años setenta el y algunos de sus colegas se erigieron pioneros en la elaboración de perfiles criminológicos de delincuentes peligrosos. Suya fue la idea de analizar profundamente las historias y comportamiento de estos asesinos, examinar nuevamente las escenas del crimen , mirándolas desde los ojos del perpetrador en un intento por ganar un conocimiento que les revelara por qué mataban.

Junto a sus compañeros, Douglas entrevistó a decenas de los asesinos en serie más prolíficos de Estados Unidos como Ted Bundy, Charles Manson y Jhon Wayne Gacy. Hoy alberga en su mente una de las enciclopedias más espeluznantes del mundo, con detalles descriptivos de los crímenes más despiadados de  la historia de su país. 

  A sus 32 años Douglas sentía que existía gran una gran insuficiencia en el conocimiento que poseía

sobre el funcionamiento interno de la mente de estos hombres, por lo que tomó la decisión de ir personalmente a entrevistarlos. Junto a su compañero Robert Ressler viajó a la prisión de San Quentin, en California para hablar con Edmund Kemper, un hombre de 2 metros de altura y 130 kilos que había asesinado brutalmente a su madre, sus abuelos y siete mujeres. 

Douglas no tenía un plan, ni un guion que seguir para llevar a cabo estos interrogatorios, simplemente tomó asiento y comenzó a a hablar con Kemper, siguiendo sus instintos. Así descubrió que odiaba intensamente a su madre, quien solía encerrarlo en el sótano cuando era pequeño. El pequeño Kemper se llevaba allí a los muñecos de su hermana, a quien detestaba por ser el centro de atención de su madre, los degollaba y descuartizaba, de la misma manera que hizo más tarde con sus víctimas.  Para Douglas el comportamiento del asesino fue completamente predecible, al escuchar su historia. 

 El interrogatorio a Kemper, confirmó las teorías. Estudiar a los asesinos podría aportar información valiosa para entender la mente criminal y continuó viajando a  prisiones de todo el país para hablar con los homicidas. Pero no todos estaban tan dispuestos a relatar su historia, como Kemper.

 Douglas se vio obligado a crear una sensación de "empatía" para que estos se sintieran a gusto y accedieran a vomitar sus secretos. Para ello tuvo que contestar preguntas sensibles sobre su propia vida privada y contener sus reacciones faciales de asco o terror al escuchar las revelaciones más grotescas de asesinatos horribles, incluso de niños. Además desarrolló algunos trucos muy ingeniosos, para ayudar a crear un ambiente de "comodidad". Colocaba una silla de altura menor que la de su interlocutor, para que así se sintieran en una posición de "dominio" y aseguraba que tuviesen frente a ellos una ventana o puerta a la que pudiesen desviar la mirada si alguna pregunta les resultaba demasiado incómoda. Notó que grabar las conversaciones los cohibía, así que en vez de llevar grabadora, transcribía las conversaciones de memoria.


 Eventualmente los patrones comenzaron a emerger. Douglas notó que todos los asesinos habían sufrido abusos o abandono en su infancia, particularmente proveniente de sus madres. Habían sido víctimas de acoso o se habían transformado en acosadores. Muchos habían cometido algún crimen de índole sexual que les concedió una gran sensación de poder y todos era narcisistas y manipuladores. 

 La relación establecida por el agente con los asesinos propició que le contaran detalles nunca antes revelados sobre sus crímenes, lo que en muchos casos, condujo a un recrudecimiento de las condenas, que de lo contrario podían haber desembocado en la liberta . Joseph McGowan, es un perfecto ejemplo. 

McGowan cumplía condena por haber asesinado a una niña de siete años que llamó a su puerta para venderle galletas. En 1998  estaba a punto de salir bajo libertad condicional, hasta que Douglas habló con él y recomendó a las autoridades negar tal libertad, pues con toda seguridad si el antiguo profesor de escuela salía libre, volvería a matar. Para Douglas, ninguno de los asesinos con los que habló podía ser rehabilitado, pues nunca fueron "habilitados" en primer lugar.  A pesar de esto y de que nunca sintió miedo durante sus entrevistas, su familia cargaba con la preocupación de que alguno recuperase la libertad y pudiera buscarlos a ellos o a Douglas.

El trabajo de Douglas creció enormemente, de 59 casos en su primer año, pasó a 1000, cada vez aparecían más víctimas de asesinatos que podían estar conectados, cada vez más escenas de crímenes que revisar, más análisis que realizar para crear una especie de imagen del criminal que pudiese ayudar a identificarlo, determinar su edad, su raza y sus posibles antecedentes.

 El conocimiento de Douglas condujo al arresto de siniestro individuos como Wayne Williams, un joven que durante dos años aterrorizó a los pobladores de Atlanta, Georgia, al asesinar infantes. Pero todos estos casos, las muertes, la sangre, las escenas horribles y las mentes asesinas cobraban un alto precio a Douglas. 

 Un año más tarde de aprehender al asesino de niños, mientras trabaja en la investigación de un hombre que se creía había matado a 13 mujeres cerca de Seattle, Douglas sufrió un colapso emocional. Comenzó a desarrollar ataques de pánico e intensos dolores de cabeza, hasta que un día fue trasladado de urgencia al hospital. Allí fue internado en terapia intensiva y diagnosticado con una gran inflamación cerebral que lo dejó en coma durante cinco días.  Douglas despertó, pero su cuerpo permaneció paralizado durante cinco meses, un psicólogo que revisó su caso determinó que sufría de estrés postraumático, aún así Douglas volvió a su trabajo en el FBI.

 Finalmente en 1995, al cumplir 50 años, decidió retirarse, incapaz de aguantar el peso de los horrores que llevaba consigo. Ese mismo año publicó un libro titulado "Mindhunter". Aunque ya no es agente, la información que recopiló a lo largo de su vida, no le abandona, para Douglas:

 " incluso los peores asesinos en el fondo son depredadores, son cobardes, buscan a los más débiles, a personas vulnerables, susceptibles: los más ancianos, los más jóvenes, las trabajadoras sexuales, las personas que se fugaron de casa"

 Pero el trabajo de su vida, los secretos oscuros que le fueron revelados, la incursión en las profundidades espesas de las mentes más turbias, no es algo de lo que nadie pueda escapar, ni siquiera con el retiro. Su trabajo desarrolló la ciencia que identifica y predice los movimientos de los asesinos más despiadados, ayudando a cerrar casos, y salvar vidas, pero todo lo que vio no le abandona y de acuerdo a sus propias palabras:

 " No importa lo que haga, no puedo salir de mi mente. Vive conmigo".