La medicina ha ido creciendo con la humanidad misma, transformándose y aprendiendo tanto de errores como de aciertos en su misión eterna de proteger y curar. Sin embargo la historia de la medicina no es ajena a las historias más fascinantes y extrañas, de las afecciones más increíbles que asombraron y aún dejan perplejos a muchos, pasando a los anales de la historia como los casos médicos más extraños. 
  
 

  Los dientes que explotan: 

 

Hace más de 200 años, un clérigo de Pennsylvania, empezó a padecer un dolor punzante en una de sus muelas. Poco a poco el dolor se volvió insoportable, tanto así que lo llevó a correr por su jardín como un animal en agonía, a golpearse la cabeza contra las paredes y sumergirla en agua helada. Nada podía calmar el dolor del reverendo y a la mañana siguiente aun continuaba paseando de lado a lado de su estudio, cuando  de repente " un estruendo agudo, como un disparo de pistola", rompió su diente en pedazos, aliviándolo instantáneamente. Sin embargo este extraño hecho no fue aislado, poco después el horrible dolor de muelas de una joven acabó cuando su muela adolorida estalló abruptamente, ensordeciéndola durante varias semanas, dando inicio a lo que fue denominado "La epidemia de dientes explosivos". 
 Los expertos dieron varias posibles explicaciones que van desde cambios bruscos de temperatura hasta alguna reacción de los productos químicos utilizados en los primeros empastes, pero ninguno de estos argumentos fue particularmente convincentes y el caso de los dientes que explotaban permanece, hasta el día de hoy, sin resolverse. 
 

Babosas en el estómago: 

 En el verano de 1859 , una niña londinense de 12 años llamada Sarah Ann, comenzó a quejarse de
náuseas, sus síntomas estaban lejos de ser graves, por lo que sus padres no acudieron al médico, hasta que el terror los invadió unas horas más tarde cuando vomitó una gran babosa de jardín, que fue descrita como "viva y muy activa". Con el paso de las horas continuó vomitando hasta ser un total de 7 las babosas vivas que salieron de su boca. Al preguntarle si había comido algo fuera de lo común la niña dijo que le gustaba comer lechugas de su jardín, por lo que el médico que la atendió concluyó en primera instancia que había ingerido las babosas del propio vegetal sin lavar. 
 Sin embargo aquel mismo médico, notó que Sarah Ann tenía una sola mano y atribuyó este hecho a que su madre había sido "asustada por un puercoespín" durante el embarazo, por lo que la hipótesis de que las babosas pudiesen residir en el estómago de la chica, fue rápidamente cuestionada. 
 Más tarde un experimento realizado por un profesor de fisiología de Nueva York refutó completamente esta teoría, pues al sumergir babosas vivas en ácido estomacal todas murieron en cuestión de minutos y fueron completamente digeridas luego de varias horas. Interesante e iluminador descubrimiento, sin embargo deja en las sombras la causa del mal de Sarah Ann, que aún hoy permanece desconocida.
 

 El molinero: 

 

 El 15 de agosto de 1737 el joven Samuel Wood estaba trabajando en uno de los molinos de viento de la Isla de los Perros, en Londres. En su faena caminaba, en busca de otra bolsa de maíz, sin percatarse de que tenía una soga colgando. Al pasar por una de las gigantescas ruedas de madera la soga quedó atrapada  y antes de saber lo que sucedía, Samuel voló por los aires y cayó bruscamente al suelo. Confundido, se levantó sin sentir dolor alguno, apenas un ligero hormigueo en su hombro derecho. 
  Al alzar la vista, el horror llenó sus ojos, pues para su desconcierto, enganchado de la rueda estaba su brazo derecho. Mostrando una compostura increíble  Wood logró bajar por una estrecha escalera y caminar hasta la casa más cercana para pedir ayuda. 
 Al atenderlo los médicos temían por su vida debido a lo traumático del hecho, sin embargo al examinar más de cerca el brazo descubrieron que había sido arrancado tan limpiamente que no existía peligro alguno y en efecto, Wood vivió, se recuperó completamente luego de pocas semanas y se convirtió en una celebridad, las tabernas locales incluso vendían imágenes del hombre que había sobrevivido cuando un molino de viento le arrancó el brazo. 
 

 
 Una sensación ardiente:

 En 1886, un hombre de Glasgow, cuyo nombre se desconoce, empezó a desarrollar una desagradable
halitosis, que luego de un mes se acrecentó añadiendo un preocupante síntoma además del mal olor. Una noche , el hombre despertó en la penumbra de su habitación, encendió un fósforo para mirar su reloj e intentó apagarlo de un soplido, causando una gran explosión. La esposa que dormía apaciblemente a su lado, despertó bruscamente y halló a su marido escupiendo fuego como un auténtico dragón de los cuentos de hadas. 
 El médico de aquel hombre quedó perplejo y el caso permaneció inexplicable por un tiempo, hasta que otro médico escocés, llamado James McNaught, se encontró con un paciente tan afectado por la misma condición, que había decidido dejar de fumar, por temor a quemar su casa. El doctor pasó un tubo dentro del estómago del hombre y analizó su contenido, descubriendo que una obstrucción en el intestino hacía que el contenido del estómago se fermentara, produciendo grandes cantidades de metano inflamable.


 El soldado inventivo:


 El Coronel Claude Martin fue un soldado del siglo XVIII, que pasó la mayor parte de su vida trabajando para la Compañía Británica de las Indias Orientales y fue un hombre muy prolífico, no solo en el campo militar, también se desempeñó como cartógrafo arquitecto y administrador. Pero lo menos conocido y tal vez lo más impresionante de su figura es que fue la primera persona que realizó y se sometió a un procedimiento médico que más tarde sería conocido como litotricia.
  En 1782  Martin comenzó a desarrollar todos los síntomas de un cálculo en la vejiga y decidió no visitar a un médico. Tomando el asunto en sus propias manos, ideó un instrumento especial hecho con una aguja de tejer, a la que añadió un grueso mango de madera. Lo insertó en su propia uretra y dentro de su vejiga y poco a poco comenzó a raspar la piedra. Lo que es más sorprendente aún es que el coronel tuvo que repetir este procedimiento unas 12 veces al día por un período de 6 meses hasta que los síntomas desaparecieron por completo.

 Cincuenta años más tarde algo similar a la técnica de Martin se convirtió en el tratamiento estándar para cálculos en la vejiga, gracias a la investigación pionera de cirujanos parisinos que desconocían el caso del coronel.