La mujer que hizo a Van Gogh
Vincent Van Gogh, un artista atormentado, cuyos cuadros son mundialmente famosos, han sido vendidos por millones de dólares, y su nombre está tatuado entre los más relevantes de la historia de arte, sin embargo a pesar de su innegable talento y visión única del mundo, la historia de sus obras y la relevancia que lo llevaron a convertirse en una de los íconos del arte universal hubiese sido otra de no ser por una misteriosa mano femenina, cuya labor es mayormente desconocida.
Johanna Van Gogh Bonger nació en Ámsterdam en 1862, fue la quina de siete hermanos, educados por sus padres en el valor de saber pasar desapercibidos, y bendecidos con una gran educación. Johanna viajó y al concluir sus estudios hablaba fluidamente tres idiomas, se convirtió en traductora y profesora de inglés.
En 1885 conoció a Theo Van Gogh quien no tardó en profesarle su amor y luego de tres citas le propuso matrimonio, reacia a decisiones impulsivas rechazó a joven Theo, quien continuó insistiendo, hasta que poco más de un año más tarde consiguió el esperado "Sí". En aquel entonces Theo se ganaba la vida como marchante de arte, intentado promocionar y vender los cuadros de jóvenes artistas que desafiaban el color y las formas, entre ellos su hermano Vincent, esté fue el primer contacto de la joven con el mundo del arte, desbordado de exotismo y creatividad que la cautivaron inmediatamente.
La casa donde vivía con su esposo estaba siempre repleta de Van Gonghs debido a los períodos de creación frenética del talentoso artista, y a que Theo había sido capaz de vender solo una ínfima parte de sus obras. La desaparición física de Vincent tuvo un gran impacto en su hermano, quien pocos meses más tarde sufrió un colapso mental, achacado a los secuelas de una sífilis contraída hacía tiempo, finalmente Theo murió a principios de 1891, dejando a Johanna viuda con un bebé a su cargo y sin más herencia que un piso en París, un gran número de obras de su cuñado y mayor cantidad aún de cartas fraternales que Theo había atesorado con el mismo cariño con que trataba a Vincent. Sin más opción para ganarse la vida, la joven decide regresar a su país natal y abrir una casa de huéspedes con la esperanza de que pudiese generarle algunos ingresos.
Tras un año de arduo trabajo logró poner la casa en funcionamiento, con los cuadros de Van Gogh adornando sus paredes, el poco tiempo libre que le dejaban sus ocupaciones lo destinaba a la crianza de su pequeño y a leer toda aquella correspondencia entre los hermanos Van Gogh. Precisamente entre estas líneas Johanna adquirió verdadero entendimiento de la mente del artista, en sus descripciones precisas vio al genio torturado por los vaivenes de una mente inestable y decidió emprender un proyecto como continuación de la obra de su esposo y último homenaje hacia él: otorgarle a la obra de Vincent el merecido reconocimiento que le había sido negado por tanto tiempo.
Se autoimpartió un curso acelerado de crítica y marchante de arte leyendo publicaciones de arte moderno, títulos de George Moore e inspirándose en la escritora Mary Ann Evans. Desempolvó algunos viejos contactos en París, a los que acercó la obra de su cuñado, al principio la reacción fue la misma que cuando Van Gogh vivía pero Johanna persistió, insistiendo en que las cartas donde el artista describía sus líneas y colores debían ser consideradas como parte esencial del proceso creativo, así consiguió la primera exposición en solitario de Vincent Van Gogh en 1892 y poco a poco diversas galerías fueron tomando interés en sus obras.
Johanna no actuó meramente en una función de agente, vacía o avariciosa, ella trazó y llevó a cabo
metódicamente una estrategia brillante para que los cuadros fuesen adquiriendo valor, sin traicionar la voluntad del Vincent, quien en varias ocasiones había verbalizado que soñaba con hacer un arte popular. Todas las obras eran prestadas para las muestras y a pesar de la presión de los galeritas, nunca los ponía todos a la venta, propiciando así que algunos acabaran en grandes museos donde podían ser admirados por el público general. También acostumbraba a colocar cuadros menores junto a obras más consolidadas para que así atraer la atención hacia ellas.El trabajo de Johanna con la obra de Van Gogh tuvo gran repercusión en Europa, pues supo transmitir la esencia del artista, captando el interés de grandes fortunas e importantísimos museos. Además su obsesión con las cartas de los hermanos, que la llevó a publicarlas en versión original en 1914, mostrando al mundo la visión de la mente incomprendida del pintr. Una de las últimas misiones que emprendió en vida fue que la obra de su cuñado llegara al público estadounidense, para lo que se marcó el objetivo de traducir la correspondencia, tarea que se vería interrumpida por su muerte en 1925 y que no fue completada hasta dos años más tarde.
Su legado para el mundo y la historia del arte, aunque a menudo olvidado, es invaluable, pues fue ella quien supo verdaderamente el valor de la obra de Van Gogh y convenció al mundo para que le prestara la atención merecida. Fue su cuidadosa labor de profundizar en un patrimonio sin valor alguno y otorgarle la relevancia de la que goza hoy en el mundo entero, a ella debemos obras magistrales que cuelgan en los museos y un trozo imprescindible de la historia del arte que Johanna Van Gogh-Bonger devolvió a la humanidad que antes lo había rechazado.