Amaneció aquel día, con el sol brillando intensamente en el firmamento, el cielo despejado anunciaba un espléndido día más. Los obreros a sus trabajos, las damas a sus quehaceres, la vida cotidiana retomaba su rumbo, mientras la ciudad se recuperaba del paso devastador de un terremoto. Los obreros enyesaban paredes dañadas laboriosamente, cuando los primeros indicios de un destino cruel comenzaron a retumbar en la distancia. Las primeras sacudidas aventaron a un pintor de su escalera junto a un recipiente de cal, que se precipitó manchando una pared, que fue encontrada por los arqueólogos 19 siglos más tarde. 


 Comenzaba así el Vesubio a vomitar su letal contenido, dos días después volvió a salir el Sol, y el Vesubio, sereno, emanaba solamente una columna de humo, mientras que Pompeya yacía ennegrecida y destruida, sepultada bajo las cenizas y piedras del Volcán. 

 Durante las primeras horas de la erupción las piedras pómez  blancas se precipitaron sobre Pompeya, cubriéndola a un ritmo de 15cm por hora, formando una capa de 1.30 o 1.40 m, pero hacia las 8 de la noche la composición del magma se modificó y la lluvia de piedras se acrecentó, cargada esta vez de pedruscos grises. La consistencia de estas piedras es variable y a pesar de ser livianas la acumulación de estas sobre los techos de las construcciones pueden causar el derrumbe con facilidad. 

 Lógicamente los habitantes de la ciudad intentarían protegerse cubriendo sus cabezas y bocas, sin embargo por esta razón y debido a la gran acumulación de polvo y productos de la erupción acabarían por sofocarse. 

Con el Sol escurriéndose, los vapores y el humo volcánico se cerraban sobre la ciudad, en la que ya era

difícil desplazarse, y los temblores sísmicos estremecían acrecentando la desesperación de sus habitantes. La mañana del segundo día no fue benevolente y trajo consigo la fase más destructiva del desastre. La columna eruptiva ya no pudo soportar la carga de fragmentos en suspensión y se derrumbó sobre si misma, dando paso a flujos densos de materiales incandescentes y gases, llamados "nubes ardientes" . 

 Los fragmentos turbulentos de gases y rocas fueron expulsados del Vesubio en oleadas esporádicas. Finalmente luego de unas horas la primera oleada volcánica fluyó por las laderas del Vesubio, deteniéndose a las afueras de Herculanun, sin penetrar en la ciudad, pero dos más la siguieron en muy corto tiempo y la última de estas oleadas entró en la ciudad matando a quienes allí quedaban e impregnando el aire totalmente con las fina mezcla de partículas de cenizas y emanaciones gaseosas, que se alojaron en los pulmones de las personas que pensaban aún escapar provocando que la asfixia les arrancara la vida. Finalmente los edificios colapsaron y aquella nube gris espesa fue el último suspiro de Pompeya.

Las víctimas:

 


En el siglo XVIII comenzaron las primeras excavaciones y los esqueletos de las víctimas sepultadas en Pompeya salieron a la luz causando sobrecogimiento y fascinación. En 1863 el excavador Giuseppe Fionilli tuvo la idea de echar yeso en el hueco dejado por la descomposición de los cadáveres en el interior del cubrimiento de lapilli y cenizas; revelando así los últimos esfuerzos de aquellos seres por sobrevivir.

 Así se hallaron cuerpos clasificados en dos grupos; aquellos encontrados en la capa de piedras pómez de la primera fase de la erupción y aquellos que se hallaron en la capa de cenizas dejada por las nubes ardientes.

La mayoría de los cuerpos del primer grupo fueron hallados ocultos bajo los techos colapsados de las viviendas donde se ocultaron con la intención de salvarse del cataclismo.

 En el segundo grupo se encontraron alrededor de mil cuerpos en el exterior de sus refugios probablemente observando la aparente calma del volcán, justo antes de que las nubes ardientes los sorprendieran tratando de huir.

Estos cuerpos hallados en las más desgarradoras posiciones son un testamento de la horrible muerte de la que fueron víctimas aquellas personas bajo la implacable lluvia de fuego y cenizas e inspiraron a muchos artistas a reflejar sus figuras en cuadros y libros.  Envueltos en historias verídicas o no de lo que pudieron ser sus últimos instantes de vida, lo único cierto es el horror tan profundo que les acompañó en sus últimos momentos: 

 "... el mar que se retira, el desmoronamiento de los edificios, y la oscuridad que avanza como si persiguiera a la multitud que huye; y por la tarde, cuando la luz reapareció en Miseo, la ciudad estaba cubierta de un manto de ceniza blanca... "