Sacrificada en el altar del vicio
Giséle y Dominique Pélicot se casaron hace cincuenta años, tienen tres hijos y siete nietos. A simple vista parecían la típica pareja que nos hace creer en que el amor verdadero perdura en largos y apacibles matrimonios que han sabido sobrevivir a los altibajos de la vida; pero por el contrario su historia nos ha demostrado que a veces, ni cinco décadas son suficientes para conocer a alguien, aunque duerma cada noche a tu lado.
Dominique fue arrestado en septiembre del dos mil veinte luego de ser sorprendido filmando por debajo de las faldas de algunas mujeres en el supermercado. Un mes y medio después fue convocado a comisaría, junto a su esposa Giséle, en lo que pensaban era una formalidad relacionada con los cargos anteriores; pero lo que ella descubriría allí cambiaría para siempre su vida.
“Violación no es la palabra correcta, esto es barbarie”
Cuando la policía le mostró la primera foto no lograba reconocer a la mujer que yacía en la cama. A la tercera se vio obligada a parar. Era ella quien estaba siendo violada en las imágenes. Los relatos detallados de los investigadores la llevaron a conocer un infierno que no recordaba.
Descubrió así que, desde el dos mil once su esposo reclutó alrededor de noventa y dos hombres para violarla. Hombres de toda clase, de entre veintiséis y setenta y cuatro años acudían a su casa para ultrajarla mientras él filmaba y tomaba fotografías.
Dominique la drogaba y daba instrucciones precisas a los desconocidos: dejar el auto a cierta distancia de la casa para no levantar sospechas, esperar una hora hasta que las drogas hicieran efecto, desvestirse en la cocina y calentar sus manos antes de tocarla. Estaba prohibido el uso de tabaco o perfume para que no quedaran aromas extraños en ella. Los hombres no debían pagar por participar, ni siquiera les exigía usar preservativo.
Giséle ha visto, en un despliegue de inusual fortaleza, las más de dos mil fotos y videos que se hallaron en el ordenador de su marido y con esa misma entereza ha declarado ante los cincuenta y un hombres que rinden cuentan a la ley.
"Me he mantenido firme por este juicio, para mí el daño está hecho. Por dentro soy un campo en
ruinas, la fachada está sólida pero detrás..." Dijo.Mientras la mayoría de los cincuenta y un acusados se tapaba el rostro con el brazo, con una mascarilla o se encogían en su sitio, Giséle Pélicot , de setenta y un años, violada una o más veces por cada uno de ellos y por muchos más aún sin identificar, los miraba fijamente a rostro descubierto. Su ahora exesposo no se atrevió ni a levantar la vista del suelo.