Envejecer es parte indetenible de nuestro paso por la vida, con la vejez muchas veces se agranda nuestro entendimiento del arte de existir y la experiencia que anida en nuestra mente comienza a reflejarse en nuestra piel, agrietando nuestras manos y emblanqueciendo muertos cabellos.

El deterioro físico que trae consigo la vejez y su cercanía a la muerte siempre han preocupado al hombre, que ha buscado en la alquimia, la brujería, el cielo, el infierno e incluso la mordida de los vampiros la respuesta para detener al tiempo y evitar el irrevocable destino que tarde o temprano nos alcanza a todos por igual. 


 En 1746 el artista italiano Pompeo Batoni señaló el fin del barroco y anticipó la moderación del neoclasismo, al concebir su obra "El tiempo ordena a la vejez que destruya a la Belleza". El óleo muestra al Tiempo como un anciano, y a la vejez como una mujer decrépita, que acata sus órdenes precisas. Mientras él, con un reloj de arena en las manos la comanda a destruir sin piedad a la belleza, representada por una joven de piel nacarada. 

 La escena refleja la crueldad real del tiempo, y a la vez evidencia el magistral dominio del pincel que poseía Batoni, quien con su técnica maneja excepcionalmente las representaciones de la belleza y la vejez, otorgando una piel tersa y vivaz a una y una faz marchita a la otra. 

  La vejez y la muerte son destinos de los que, por mucho que la humanidad lo haya intentado, nunca escaparemos, y envejecer es un privilegio que destruye la apariencia joven, pero trae consigo la experiencia y la apreciación de pequeños momentos, que la juventud en su fuego ignora. La naturaleza es sabia , la vejez es el ocaso de nuestra vida, sin dejar de ser una etapa mágica con sus propias revelaciones.