En 1861, en Gilmanton, Estados Unidos nacía Herman Webster Mudgett. Poco sospecharía el mundo que aquel inocente, nacido en el seno de una familia adinerada crecería hasta convertirse en el hombre para el que se acuñaría el término "asesino en serie".
Dicen que desde pequeño mostró gran inteligencia, empañada solamente por algunos rasgos macabros. Mudgett, decía estar interesado en la medicina, y para practicar realizaba perturbadoras autopsias en animales, incluso testimonios, enterrados en el tiempo, aseguran que mató a uno de sus amigos por "curiosidad".
Sus primeras incursiones en el mundo criminal comenzaron con pequeños fraudes, siempre relacionados con difuntos. Robaba cadáveres cuando era estudiante de la Universidad de Michigan y además de emplearlos para sus experimentos "médicos", los usaba para cobrar seguros. Por aquel entonces estaba casado con una joven llamada Clara, con la que se mostraba violento constantemente. En 1884, la chica se mudó de vuelta a Nuevo Hampshire, terminando por completo su relación.
Luego de estar empleado intermitentemente en Nueva York se mudó a Philadelphia, donde comenzó a trabajar en una farmacia, pero en el tiempo que estuvo allí, un niño murió tras haber consumido una medicina adquirida en el lugar. Holmes negó rotundamente haber tenido implicación alguna con el "accidente" y abandonó la ciudad.
" El castillo del terror de Chicago"
Tras llegar a Chicago, y aún legalmente casado con Clara, Holmes desposó a Myrta
Belknap, con la que tuvo una hija en 1889. Al comienzo de su estancia en la ciudad, fue empleado en una farmacia, donde se desempeñó impecablemente, por lo que fue capaz de comprar la tienda. Poco después compró un solar del otro lado de la calle, donde planeaba establecer un edificio de dos plantas, la primera dedicada a actividades comerciales y la segunda destinada a la construcción de apartamentos de renta. Los arquitectos y proveedores contratados por Holmes no recibieron pagos por la construcción y acabaron por abandonar el proyecto en 1888, no sin antes denunciarlo.
En 1892, con la excusa de construir una tercera planta, para transformar la edificación en un hotel, Holmes consiguió engañar a nuevos inversores. La tercera planta en sí, nunca llegó a terminarse y los nuevos obreros comenzaron a sospechar que Holmes había estado escondiendo materiales y muebles por los que no había pagado.
El extraño castillo, tenía una planta baja destinada a negocios varios, como se había planeado, pero su sótano y el resto del edificio también eran la perfecta pesadilla que su creador había concebido, exclusivamente para mujeres lindas, ricas y solas. Las paredes interiores del macabro castillo fueron insonorizadas, haciéndolas capaces de amortiguar incluso, el más desgarrador de los gritos.
Cuartos llenos de trampas, escaleras que llevaban a ningún sitio, habitaciones secretas con paredes deslizantes que atrapaban y asfixiaban a sus ocupantes. Laberintos, pasillos sin fin con ventanillas ocultas desde las que Holmes se asomaba, regodeándose en la satisfacción enfermiza de ver el sufrimiento y la desesperación de aquellos atrapados.
Medio siglo antes de las horrorosas cámaras Hitlerianas, Holmes ideó el mismo medio desquiciado para torturar. Abría los grifos desde un tablero oculto y se bañaba en los alaridos escalofriantes de las pobres almas moribundas. El sótano era la atracción principal su palacio de la tortura. Lleno de artefactos inconcebibles, diseñados para causar las muertes más dolorosas y sádicas, el sótano de Holmes albergaba máquinas de tortura milenarias: la trituradora de huesos, el pozo de cal viva, el autómata agujero de hierro que se calentaba lentamente, hasta hacer la carne de su prisionero humear, y miles de pequeños instrumentos de tortura para desollar a sus víctimas.
Pronto el Castillo de Holmes, entró en crisis, cada vez menos clientes lo cual se traducía en menos víctimas y menos dinero mal habido para sus arcas, desesperado el desquiciado asesino contrató seguros en varias compañías en 1993 y el 13 de agosto de ese mismo año el tercer piso del edificio ardió misteriosamente, por lo cual Holmes reclamó sesenta mil dólares en seguros. Sin embargo, para obtener la tan deseada compensación económica, debía acoger un exhaustivo peritaje que investigaría cada cm del lugar, por lo que huyó despavorido a Texas, donde se vio obligado a sobrevivir de pequeñas estafas que lo llevaron , por primera vez, a la cárcel.
Al cumplir su escueta sentencia, volvió a Filadelfia, donde ingenió una estafa aún mayor. El plan era que uno de sus compinches, Benjamin Pitezel, debería contratar un seguro de vida por una cifra desorbitante, más tarde, Holmes robaría un cadáver, lo desfiguraría y presentaría ante la compañía de seguros como el pobre " Benjamin Pitezel", "muerto y desfigurado en un horrible accidente". Así, la señora Pitezel, cobraría la prima y el falso muerto se ocultaría en Sudamérica hasta que el caso fuese olvidado y pudiese regresar, a darse la gran vida, junto a Holmes y su esposa. Pero el monstruo de Chicago, tenía un plan exprés. Asesinó a Pitezel, su esposa y sus hijos, robándose el dinero del seguro.
Poco podía saber el victorioso H.H., que por azar del destino uno de sus antiguos compañeros de celda, con el que "habló de más", lo denunciaría a la policía. La investigación recayó en un implacable detective llamado Frank Geyer. Finalmente Holmes sucumbió ante la ley y con él preso la investigación se derramó sobre su diabólico castillo. Lo investigadores, con lupas y galeras peinaron cada macabro rincón de la fábrica de la muerte de H. H. Holmes. Los escalofriantes testimonios no se hicieron esperar, entre ellos el de un hombre, que declaró frente al tribunal:
- Yo fui empleado de Holmes. Me contrató para que le descarnara tres cadáveres... a treinta y seis dólares por cadáver. -
Holmes confesó el asesinato de 27 personas, pero los peritos que peinaron cada palmo del castillo hallaron indicios de que no menos de doscientas mujeres habían perecido entre sus pasillos. El primer asesino en serie de Norteamérica fue condenado a morir en la horca el 7 de mayo de 1896, cuando contaba con 34 años, no sin antes dejar precisas instrucciones para sus restos.
Para que su cuerpo no sufriese mutilaciones después de la muerte, Holmes exigió se enterrado en un ataúd lleno de cemento fresco y sepultado en una fosa de doble profundidad que las habituales, que luego fuese recubierta también por cemento y dejada sin lápida para identificarle. Luego de su muerte sus abogados rechazaron una oferta de 15 mil dólares, que provenía de un instituto médico interesado en estudiar el cerebro del asesino. Muchos juran que el hombre que yace en aquella tumba de concreto es un cadáver desconocido y que Holmes escapó sin dejar rastro y vivió libre hasta el fin de sus días.
Uno de los carceleros que guardaba la última morada del monstruo juró que pocas horas antes de su cita con la horca le oyó murmurar:
- Nací con el Diablo junto a mi cama, y desde entonces siempre ha estado conmigo...